lunes, 5 de diciembre de 2011

Ese momento irrepetible e irreemplazable.

Salgo por la puerta, estoy bastante ahogada. Me siento en el pequeño muro, con las rodillas a la altura de mi nariz. Meto la cabeza entre ellas y mi pecho. Una lágrima se asoma y desciende por mi mejilla. Levanto la mirada y una vez más miro la que antes era mi casa. Me giro y miro ese atardecer otoñal del que solo se ven unos pocos haces de luz que aparecen entre las montañas y son reflejados en esos prados, esos en los que alguna vez perseguí a mi perrito. Después miro el lugar en el que estoy sentada y pienso «Aquí me senté la última vez que duché a ese dulce perrito». Mi mirada se alza, en dirección a la ventana, y no puedo evitar recordar todos esos días en los que subía las escaleras a toda velocidad y al llegar a la habitación saltaba sobre ese hombre, al que ahora llamo impresentable, y me mataba a cosquillas, imposible no recordar a esa canija gritando: ¡Por favooooor, nooo suéltame! ¡Que me ahogo, suéltame! ¡¡¡Por favor!!! Y aún así las cosquillas seguían. Una pequeña sonrisa se dibuja en mi cara. Viendo llegar el coche, echo un corto vistazo a mi alrededor, sé que poca gente tendrá tantísima suerte como nosotras al tener unos vecinos tan agradables y un lugar tan tranquilo en el que vivir, que por desgracia ya no nos pertenece.
Con esto solo quiero describir ese momento que jamás podré repetir, que tanto me gustó aún con lágrimas por mis mejillas, pero que tan poco tiempo disfruté; fue el jueves día 1 de diciembre, mi despedida a la que antes era mi casa. Y sé que aunque ahora me parece triste y me causa nostalgia, dentro de un tiempo me sentará bien recordarlo, porque estar triste unos días tampoco es tan malo.

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